sábado, 7 de julio de 2012

Capítulo 2 - The Ballad of Mona Lisa - (Panic! at the disco)



(¿?)
-¡Cuidado con eso! Es delicado – exclamó el chico mientras ayudaba a bajar sus maletas con la ayuda de otro hombre.
-Si no pesaran tanto alomejor podría bajarlas bien – se quejó el señor mientras depositaba el equipaje con cuidado en el suelo.
-De todas formas, gracias – agradeció amablemente el joven, pero el hombre ya se alejaba con paso rápido mientras farfullaba por lo bajo. El chico meneó la cabeza negativamente.
La gente de allí era muy antipática, ¿Qué les pasaba a las personas de aquella ciudad? O alomejor era él, que se estaba volviendo demasiado paranoico. Acababa de volver de Alemania y ya lo echaba de menos. Aunque por otra parte, la oferta que le habían hecho había sido muy tentadora.
Dirigió la última mirada al tren, que le había llevado desde el aeropuerto hasta Glasgow, y se encaminó hacia la salida de la estación. Aquello era un mar de gente yendo de un lado para otro, con maletas para subir al próximo tren hacia Londres, o esperando a que llegara algún ser querido. Pero a él no le esperaba nadie. Ya había hecho una rápida visita de cortesía a su padre, que casualmente estaba en Londres por negocios, aunque en realidad vivía en Landfield.
Al llegar a la puerta un enorme coche negro ya le estaba esperando para marcharse. Un hombre que vestía un traje negro con finas rayas blancas y un sombrero apoyado en el capó del vehículo, con los brazos cruzados. Al verle se incorporó rápidamente y fue hacia él.
El chico reprimió un temblor que le recorrió toda la espalda, aquel señor de sombrero que se le acercaba le recordaba al típico mafioso de las películas antiguas.
-¿Es usted el señor…?
-¿… propietario del coche? – terminó la frase el chico. – Si, lo soy – cogió el carnet de su bolsillo y lo mostró.
-De acuerdo – dijo el otro hombre cuando terminó de revisarlo todo. – Aquí tiene las llaves. Que pase un buen día – Dijo el hombre con un movimiento de sombrero mientras se alejaba.
Una vez estaban las maletas guardadas, arrancó el coche y se dirigió hacia su destino. Todavía le esperaban unas cuantas horas de conducción hasta llegar a Bänon, un pequeño pueblecito perdido. Era tan pequeño que incluso en algunos mapas no aparecía.
Se lo había pensado mucho antes de tomar la decisión, pero al final había aceptado la propuesta de trabajo. Además, acababa de terminar sus estudios de magia elemental y para cualquier estudiante que hubiera acabado la carrera, era una oportunidad muy buena. Aun así, estaba un poco nervioso, ya que nunca antes había dado clases a nadie y más si era tan en serio. Tenía ganas de llegar para poder reconocer mejor el terreno y ver a lo que se enfrentaba. A él le gustaba tener todo bajo control.
Cinco horas más tarde entró en Bänon. Nunca había estado allí, pero muchos conocidos le habían mencionado que el pueblo era bastante bonito. Y tenían razón. Todos los edificios tenían pinta de haber sido construidos en la época medieval, pero restaurados. La piedra de las casas era grande y gris, para que el frio nos e filtrara dentro. Las calles estaban todas adoquinadas y trocitos de musgo nacía de entre los espacios que había entre piedra y piedra. Las plazas estaban llenas de vida, con alegres habitantes que seguramente se conocía de toda la vida. Los alrededores de la ciudad estaban llenos de verdes bosques y campos ricamente cultivados. Pasaron por mitad de una plaza donde había colocados un montón de puestecitos donde vendían de todo, debía de ser el mercado. Señoras mayores vendían pequeñas florecitas echas en barro, señores gritaban el precio de la fruta y los niños gritaban y jugaban, mientras corrían de un lado a otro. Era todo muy acogedor, a pesar del frio que hacía.
Sin lugar a dudas aquel pueblo tenía un encanto muy especial, era la mezcla perfecta entre la arquitectura antigua, la gente feliz y hogareña pero a la vez contaba con modernidades: cine, discotecas, pubs, tiendas de todo tipo…
El joven tiritó y se envolvió mejor en su abrigo. Decidió que lo mejor que podía hacer sería pedir indicaciones.
Cuando le indicaron amablemente por done tenía que ir, tardó unos diez escasos minutos en llegar. Si hubiera sabido que era allí, no habría preguntado; ya que el edificio se veía desde cualquier parte del pueblo. Era un imponente castillo de piedra gris, tan grande como el pueblo entero. La verja de las murallas estaba abierta, así que siguió avanzando por el sendero de gravilla hasta llegar a los aparcamientos. Después de coger sus maletas se dirigió hacia la enorme puerta principal de madera. Más arriba, en la fachada, había unas enormes letras de aspecto antiguo, como todo allí, en las que se podía leer: “Hollow Castle”. Más abajo estaba inscrito el escudo del colegio, un sol, una luna, y justo debajo, en medio de los dos astros, una flor de loto flotando sobre tranquilas aguas. Aquel castillo era realmente imponente, pero se armó de valor y llamó a la puerta. Segundos después, por ella apareció una mujer de cabellos negros y sonrisa amable.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes – saludó cordialmente la mujer – Usted debe ser el nuevo profesor de magia elemental, ¿me equivoco?
-En absoluto – sonrió amistoso el joven.
-Pues en ese caso, encantada. Soy la profesora Purewise y ¿usted se llama…? – Preguntó la señora con voz afable y entrecerrando los ojos.
-Llámeme simplemente profesor Zero.
-De acuerdo, no se quede ahí en la puerta. Entre – le invitó mientras se hacía a un lado para que pudiera pasar.
-Ah, las maletas… - se giró con intención de cogerlas.
-No se preocupe – dijo la profesora. Y con un simple chasquido de dedos hizo desaparecer el equipaje. Las he enviado a su nueva habitación.
Zero solo asintió con la cabeza y entró. Lo primero que le llamó la atención del hall fueron las dimensiones de este. Era un espacio enorme. El suelo era de un brillante mármol, las paredes como todo el castillo, de dura piedra gris, con grandes candelabros que iluminaban los pasillos. Cuadros de antiguos directores y fundadores del colegio se abrían paso a través de las grandes ventanas apuntadas y decoradas con diversas vidrieras. El techo era muy alto, todo ocupado por decoración de candelieri en todos dorados. Justo en el cendro colgaba una enorme lámpara de araña hecha de puro cristal, que iluminaba por completo la sala con brillos color iris. Justo en frente, una gran escalera que ocupaba casi todo el espacio.
-¿Quiere que le enseñe el resto del colegio? Así no tendrá problemas para encontrar mañana por la mañana su aula – se ofreció amablemente la mujer.
-Desde luego – contestó Zero, que seguía embobado viendo el gran hall.
Siempre le había gustado la historia del arte, y más si se trataba de edificios. Cuando tenía tiempo le gustaba viajar por diferentes ciudades y ver sus edificios y museos. Lo que más le gustaban era el palacio de Versalles, en especial la sala de los espejos, y Saint Chapelle.
El hall del colegio le recordó un poco a esta última, por la gran iluminación que tenía.
-Aunque primero deberíamos ir al despacho del director. – dijo la profesora Purewise como si acabara de acordarse. – Dijo que en cuanto llegara quería verle.
  • Se dirigieron hacia el ala oeste del castillo, por el gran pasillo que se encontraba decorado por antiguas y relucientes armaduras a uno y otro lado. El techo del pasillo estaba decorado con bóvedas de medio cañón cuatripartitas, con dibujos de estrellas simulando el cielo. El chico no paraba de mirar todo fascinado. Cada vez se alegraba más de haber aceptado aquel trabajo. De repente se dio cuenta de que alguien le observaba, cuando miró, vio que la profesora Purewise le miraba de reojo.
-Veo que le gusta mucho todo esto, - comentó mientras señalaba todo el pasillo – por la cara que pone.
-La verdad es que sí – admitió mientras se ponía rojo. Seguramente había tenido la boca abierta como un estúpido todo el trayecto.
-Precisamente ha habido reformas por todo el colegio, en especial en éste ala – comentó mientras lanzaba un hechizo a una armadura que estaba apunto de echar a andar – No se si estará informado de lo que sucedió aquí.
-Si, por supuesto – asintió enérgicamente con la cabeza – fueron atacados por miembros de aquella organización.
-Así es. Aquí precisamente es donde nuestra antigua directora, la señora Agnes Firesoul fue asesinada - se veía que la profesora no había acabado de asimilarlo del todo – Pero basta de hablar de muertes, nadie por aquí quiere hablar de lo ocurrido, y le recomiendo que no saque nunca este tema. Muchos maestros y alumnos murieron y los compañeros y familiares e muchos de los difuntos siguen en este colegio. Lo único que queremos todos es seguir con nuestra vida, como tiene que ser.
-Lo entiendo perfectamente – musitó Zero.
Sabía que un tal Alan había irrumpido en el colegio con personas a su servicio, formando una verdadera masacre. Lo que ignoraba eran las causas del por qué hizo semejantes cosas.
-aunque creo, - dijo entonces la mujer intentando cambiar de tema – que usted tiene algún familiar en Hollow Castle ¿no es así?
-El caso es que… - empezó Zero, pero no le salían las palabras. Hacía mucho que no veía a ese “familiar”, tenían muy poca relación, y no sabía si algún día se lo podría perdonar…
-Tienen un parecido muy grande – Dijo con ojos brillantes, pero acto seguido cambio de actitud Ya hemos llegado – Llamó a la puerta con golpecitos suaves, y del otro lado de la puerta se escuchó un suave pero firme “adelante”.
La sala que había al otro lado era circular. Las paredes estaban llenas de estanterías y documentos. Un gran cuadro de una mujer mayor estaba justo en el centro. En la parte baja rezaba: “Agnes Firesoul”. La antigua directora tenía un aspecto severo.
Ocupando todo el suelo, había una gran alfombra de colores cálidos que parecía hecha artesanalmente. El centro lo ocupaba un gran escritorio de puro roble, lleno de papeles. Un señor estaba sentado detrás de éste mientras escribía algo.
Al entrar, el señor paró de escribir y se levantó para recibir a los invitados.
-Buenas tardes señorita Purewise – saludó alegremente – veo que trae compañía – siguió mientras dirigía una curiosa mirada a Zero.
-Buenas tardes señor director. Él es el nuevo profesor de magia elemental. Acaba de llegar.
-¡Ah! En ese caso, encantado – exclamó el director mientras se acercaba y le estrechaba la mano.
El director era bajito y algo rechoncho. Con pequeños ojos marrón oscuro, entradas en el pelo y cara de bonachón.
-Igualmente – le devolvió el apretón de manos – puede llamarme solo Zero.
-¡Muy bien! ¡Muy bien! – El director parecía emocionado – me gusta esa confianza. Mi nombre es Borys Cole, pero llámame Borys.
-Pero señor director… - Empezó Purewise ligeramente abochornada.
-Calle calle, - le soltó el director mientras agitaba la mano de forma cómica. Zero sonrió divertido – Ya le dije mil veces que no quería que me llamara de usted y sigue haciéndolo – Y después miro a Zero – Por fin he encontrado a alguien que me hace caso en este colegio.
La señorita Purewise puso los ojos en blanco pero no dijo nada más.
-Por favor Zero, siéntese. Tiene que firmar unos documentos – le invitó.
Zero cada vez más cómodo, obedeció y se sentó en una silla que había frente al escritorio. El director le dio varios papeles y una pluma. El joven los leyó con detenimiento.
-Ya sabe – habló el director restándole importancia – es para firmar que se compromete a enseñar en este colegio y a no decir ninguna información confidencial que salga de aquí.
-Claro – con unos suaves movimientos de muñecas gravó su firma en todos los papeles.
-Muy bien. Pues ya es oficialmente profesor de Hollow Castle. La señorita Purewise le enseñará el colegio y le llevará hasta su habitación. Nada más.
-Gracias por todo – dijo Zero mientras se dirigía hacia la puerta seguido de la señorita Purewise.
El director le dirigió una última sonrisa amistosa antes de que la puerta se cerrara. Ahora en el pasillo había un absoluto silencio. Sólo se oía el eco de algún sonido muy lejano. La profesora Purewise, que todavía tenía las mejillas ligeramente rojas por la pequeña discusión con el director, habló rompiendo el absoluto silencio.
-Sera mejor que le enseñe el centro de una vez por todas.
El primer sitio donde fueron era la sala de profesores, como nuevo profesor tenía que conocer a sus compañeros. Zero solo esperó que no se parecieran demasiado a Purewise, tan formal y fría. Resultaron ser todos muy agradables y simpáticos, a excepción de la hermana de Purewise. La profesora Agatha Proud, que enseñaba teoría de la magia negra. Era igual que ella, tanto e el carácter como en el físico, aunque la única distinción que tenían era su pelo blanco en lugar de negro. También conoció al profesor Tsukushi, profesor de defensa personal y escriba, a Theodora Greengros de Herbología y a Adrómeda Morgenstern que impartía las clases de astronomía.
-Los demás profesores estarán en sus dormitorios – explicó el profesor Tsukushi con jovialidad. –Estamos todos muy liados preparando los temarios para todo el mes.
“¿Para todo el mes?” se preguntó Zero. El nada más saber que estaba contratado en el colegio había terminado haciendo los temarios para todo el año. Calculando con total minuciosidad todas las clases, cualquier detalle, Siempre había sido así de perfeccionista.
Después de la pequeña visita a la sala de profesores la señora Purewise prosiguió con su “visita guiada”. Recorrieron de cabo a rabo todo el edificio.
-El colegio consta de cuatro plantas, contando la de abajo – Explicaba mientras andaban presurosos por los vacíos pasillos. – En la sala oeste está la enfermería, éste es el ala este. El comedor está pasando por las puertas que hay al lado de las escaleras. Esto son los dormitorios de los alumnos, a la derecha los chicos y a la izquierda las chicas. En la segunda planta tenemos la mayoría de las aulas, la suya es esa que hay ahí – dijo señalando la que había a la derecha, una de las mas grandes – Por aquí la sala de ordenadores. En la tercera planta el gimnasio, la sala de música, la biblioteca. Y en la cuarta, el aula de astronomía y el salón de actos…
Cuanto más le explicaba, menos se enteraba de donde estaban las cosas. Lo único que había conseguido memorizar es donde se encontraba el despacho del director. La sala de profesores y su aula. Por el momento con eso se quedaba conforma. Ya iría conociendo todo poco a poco.
-… Y por último – habló la profesora parándose al lado de una puerta de la tercera planta – aquí está su dormitorio. Espero que sea de su agrado.
-Muchas gracias señora Purewise – Dijo Zero educadamente.
-No hay de qué. Espero que pase una buena noche profesor. Mañana le espera su primera clase. –Dijo mientras sonreía levemente – Si quiere un consejo, tiene que tratar a los alumnos estrictamente desde el principio, sino no le tomaran en serio. Buenas noches.
Y dicho esto se marchó tranquilamente.
-Gracias por esas palabras. Ahora me siento mucho más tranquilo – murmuró Zero irónicamente.
Abrió la puerta de su nuevo cuarto y entró. Era un amplio espacio circular (estaba en uno de los torreones del castillo), con amplias ventanas por donde pasaba la frágil luz de la luna. Tenía una gran cama en la parte izquierda con dos mesillas de noche y un amplio armario donde estaba colocada ordenadamente cada una de su ropa. Al lado había una gran estantería llena de libros, algunos de ellos suyos. También había una pequeña chimenea encendida que calentaba la habitación. A la derecha se encontraba un sillón y una televisión de pantalla plana. Para finalizar había otra puerta que conducía a un pequeño baño. Todo tenía un aspecto muy acogedor.
Hasta que no entró en la habitación no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El viaje en avión, en tren, después en coche y todo el recorrido por el castillo le habían dejado agotado. Ahora lo único que quería era tumbarse en la cama y dormir el resto de la noche.
Se puso el pijama y se acostó. A los pocos segundos se quedó dormida profundamente.
A la mañana siguiente se despertó sobresaltado. El despertador no había sonado y se había quedado dormido. Era el primer día y ya llegaba tarde. Perfecto. Salió de un salto de la cama y se dirigió directo a la ducha, después se miró al espejo para ver si iba decente. Se había puesto unos simples pantalones vaqueros y una camisa blanca por fuera de estos. No era una ropa muy formal, pero solo tenía apenas 25 años y tampoco iba a vestir como un hombre a los cuarenta.
Por ultimo se atusó su pelo liso plateado, se echó colonia y se puso los zapatos. En ese momento sonó el ultimo timbre que avisaba de que las clases estaban apunto de comenzar. Cogió a toda prisa su bandolera con papeles dentro y salió de la habitación pitando. Mientras corría por los pasillos intentaba acordarse de cual era su aula.
“Segunda planta, aula de la derecha, segunda planta, aula de la derecha” – Se iba repitiendo mentalmente.
Cuando por fin llegó estaba al borde de una taquicardia. Ahí dentro había cuarenta adolescentes esperando a su profesor, esperándole a él… Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos, no podía ponerse nervioso ahora. Cogió aire una última vez, abrió la puerta con decisión. Nada mas entrar empezó a avanzar por el pasillo principal de la clase.
La sala era amplia, al fondo había un gran escritorio con una pizarra electrónica justo detrás. Al lado había plantada en una maceta, una gran mata de “hijas de Danna” En la pared de la derecha se abrían paso unos grandes ventanales por donde pasaba la luz solar, en la izquierda varios cuadros y mapas. A su derecha e izquierda, sentados en pupitres había chicos y chicas siguiéndole con la mirada, sus caras denotaban interés y expectación.
-Siento el retraso – se disculpó intentando que la voz le saliera tranquila y segura.
Cuando llegó hasta el escritorio dejó su bandolera encima. En vez de sentarse en la silla, se dio la vuelta para ver a toda la clase y se apoyó sobre el escritorio.
-Espero que no haya faltas de asistencia para profesores – bromeó para ganarse a los adolescentes debías ser simpático pero autoritario. Debías acercarte a ellos. Y funcionó. Ante esta pequeña broma la clase le correspondió con risas.
-En fin, me presentaré. Me llamo Zero y soy vuestro nuevo profesor de Magia elemental. Espero que nos llevemos bien, porque vamos a pasar una buena temporada juntos. – Dijo sin vacilar mientras guiñaba un ojo.
Unas chicas que se sentaban en la primera fila empezaron a reír tontamente mientras jugaban con sus cabellos.
-Muy bien. Empecemos la clase – Recogió su mochila, y buscó en ella los papeles donde tenía escrito los planes para ese día. – Para hoy había pensado dar un breve repaso… - De repente paró de hablar. Se quedó de piedra. El plan para esa clase… no estaba… seguramente se lo habría dejado en la habitación. Maldijo en silencio. ¿Por qué hoy todo tenía que salirle mal? Precisamente ese día. Se volvió hacia la clase sonriendo para que no se le notara que había metido la pata y dijo - ¿Sabéis que? Hoy no haremos nada.
Los alumnos se quedaron sorprendidos ante la feliz noticia, para ellos, y empezaron a murmurar los unos con los otros entusiasmados.
-En lugar de dar clases – dijo elevando la voz para centrar la atención de todos – nos conoceremos un poco los unos a los otros. Seguramente muchos de vosotros ya os conocéis del año pasado, pero hay gente nueva, en lo que por cierto me incluyo, que no os conoce mucho.
Todos miraron asintiendo obedientemente. Seguramente hacían cualquier cosa por no dar clases, incluso hacer puenting. Los estudiantes eran así y Zero lo sabía muy bien, ya que hace poco él también lo había sido.
-Bien, creo que empezaré por mí, ¿Tenéis alguna pregunta que hacerme? – Más de la mitad de la clase alzó la mano – Veo que tenéis curiosidad por mí. De acuerdo, tú – Dijo señalando a un chico muy moreno de pelo corto.
-Usted no es de aquí, porque en el pueblo nos conocemos todos. ¿De donde viene?
-Antes de contestar a la pregunta, me gustaría pediros por favor, que no me llaméis de usted. Ne suena como si fuera un viejo – todos empezaron a reír – Y contestando a la pregunta vengo de Alemania, aunque en realidad soy naturalmente de Landfield.
-¿Y que hacías en Alemania? – Preguntó alguien
-Estaba terminando mis estudios de magia elemental.
-Entonces, eres muy joven ¿Cuántos años tienes?
-25 años. Aunque como os acabo de decir he terminado mis estudios…
-¿Tienes novia? – Preguntó de pronto una de las chicas de la primera fila. Todos rieron por aquella pregunta
-Vale, creo que esa es personal, pero ya que es el primer día lo contestaré. No, no tengo novia.
Un murmullo recorrió toda la clase mientras todos sonreían.
-Y antes de que me preguntéis si quiero salir con alguna de vosotras – Bromeó mientras miraba a las chicas de la primera fila, que reían histéricamente, al borde de la hiperventilación. – Os preguntaré yo a vosotros. Quiero conoceros un poco, o al menos vuestros nombres.
Se pasó el resto de la hora, preguntando los nombres y que les gustaría hacer después de graduarse a todos los alumnos, también les preguntaba cuales eran sus afinidades y sus clases favoritas. Preguntó a cada uno de ellos hasta que solo le quedó una alumna por interrogar.
Había estado observando durante toda la clase. Se sentaba en la última fila, sola, sin compañeros al lado. Observaba por la ventana con la mirada ausente. Lo que más llamaba la atención de ella era su larga melena negra y rizada. Además de sus grandes ojos color plateado. Le había llamado la atención aquellos ojos que muy pocos tenían. Por una parte eran cálidos como el fuego, pero por otra, fríos y duros como el metal.
-Y tú ¿Cómo te llamas? – Intentó captar su atención pero estaba completamente en otro mundo. Una chica rubia llamada Helena tuvo la amabilidad de llamarla. La chica al escuchar que la llamaban pareció volver en sí, y prestó atención. Zero le volvió a preguntar mientras sonreía amablemente.
-Me llamo Alana Firesoul – respondió la chica con seriedad. Aquel apellido le sonaba de algo, pero no se acordaba…
-Muy bien Alana, ¿Qué te gustaría hacer en el futuro?
-Pues la verdad es que me gustaría seguir viva – contestó mirándole a los ojos.
Al principio Zero pensó que se trataba de una broma, pero ningún estudiante rio. Por el contrario, todos la miraban serios y con un atisbo de tristeza en la mirada.
-¿Qué…? - intentó decir pero la joven le cortó.
-Mire, no estoy aquí para perder el tiempo en una clase que no sirve para nada. Creo que debería tomarse en serio sus clases y dejarse de tonterías. Hemos venido aquí para aprender a defendernos, no para saber su vida. Por lo menos a mi no me interesa.
Todo el mundo enmudeció. Zero se había quedado como una estatua, sin moverse, con los brazos cruzados, sentado en el escritorio, mientras Alana le sostenía una dura mirada.
Como si quisiera acabar con aquel momento tan incomodo, el timbre sonó. La chica se levantó súbitamente de la silla, recogió sus cosas y se marchó. Las demás alumnos se fueron levantando y recogiendo los libros lentamente.
-Vaya, que carácter – comentó Zero sin saber que más decir.
Las chicas de la primera fila sonrieron amistosamente a su comentario. Estaba seguro que a partir de ahora esa fila seria la “fila de las fans”. –Está bien, mañana empezaremos el primer tema.
Cuando todos los alumnos se hubieron ido, Zero se sentó exhausto en la silla. Aquel había sido uno de sus peores días. Se había quedado dormido, después llegó tarde a su primera clase, se olvidó los papeles de la lección y una alumna le había llamado incompetente en toda su cara. ¿Seria posible que lo que había intentado evitar en toda su vida se le viniera ahora encima? Siempre procuró ser un excelente alumno y un hijo perfecto. Llegaba puntual a todos los sitios, era muy responsable y nunca se había olvidado de traer ningún libro ni apunte a clase y siempre le habían dicho que era un alumno ejemplar, serio e inteligente. Ese día había cometido todos los fallos que siempre quería evitar. Decidió que lo mejor que podía hacer en ese momento era no pensar en ello. Recogió sus cosas y se dirigió a la sala de profesores. Allí solo se encontraban el profesor Tsukushi y la profesora Greengros. Lo primero que hicieron fue darle los “buenos días” educadamente y después le preguntaron como le había ido su primera clase. Zero, un poco abochornado, terminó contándoles todo.
-No te preocupes – dijo la profesora Greengros divertida en respuesta a la anécdota de su tardanza y el olvido de los papeles – lo mio fue peor. El primer día que di clases aquí, un bulbo selvatien me explotó en toda la cara llenándome de gelatina viscosa. Desde entonces muchos alumnos me llaman bulbo.
-¿Alana hizo eso? – se extraño el profesor Tsukushi frunciendo el ceño.
-Si… era tan… - Zero se lo pensó antes de decirlo – Intimidante.
-No se lo tengas en cuenta. Alana Firesoul era nieta de nuestra antigua directora, Agnes Firesoul. – Claro por eso le había sonado tanto el apellido. – Ha pasado por mucho estos últimos meses. Se enteró de que era bruja, al poco asesinaron a su abuela y el mismo lunático la que quiso matar a ella también. Es normal que esté tan susceptible. Además, uno de sus compañeros desapareció con el ataque del castillo, y los otros dos ahora mismo se encuentran ausentes del colegio por motivos personales. Está bastante sola.
-Ya me imagino.
-Oye, cambiando de tema – Dijo Tsukushi – el próximo fin de semana he quedado con unos amigos en u bar del pueblo para echar una partida de billar, ¿Te apuntas?
-Claro – contestó amistosamente. Miró su reloj. Ya mismo sería la hora de comer, pero quería preparar la clase para el día siguiente. Iba a salir por la puerta cuando se le ocurrió una pregunta – Oíd, me enteré de que el antiguo profesor de magia elemental luchó cuando Alan atacó este colegio. ¿Qué le pasó?
Los dos profesores se le quedaron mirando incapaces de contestar.
-Creo saberlo – dijo mientras daba la vuelta y salía de la sala.
Como no tenía otra cosa mejor que hacer, volvió a la clase a preparar la lección para el próximo día y programar la pizarra eléctrica. La primera vez que había visto el pueblo y el castillo se había imaginado que allí no habría muchos avances y tecnología, pero se había quedado sorprendido al descubrir toda la tecnología que había allí: wifi gratis, sala de ordenadores hasta pizarras electrónicas.
Al rato empezó a sentir hambre y se puso a recoger todo, cuando llamaron a la puerta.
-Adelante – exclamó alzando la voz para que se le escuchara.
-¿Se puede?- Dijo Alana asomando la cabeza
El estomago de Zero dio una vuelco. ¿Había venido a decirle mas cosas?
-Adelante – La invitó intentando controlar su voz.
La chica avanzó tímidamente por el pasillo. Ahora que estaba más calmado quizás no diera tanto miedo como en un principio parecía haberle dado. - ¿En que puedo ayudarte?
-Verás… venía a disculparme con usted. – Explicó mirándole fijamente – Se que mi comportamiento de antes estuvo mal y no debería haberle hablado de esa manera. Mis disculpas.
En su interior, Zero respiró aliviado, por lo menos parecía que se estaba solucionando.
-Disculpas aceptadas. Además se por todo lo que has y estas pasando, me lo contaron los demás profesores.
Ella parpadeó y miró hacia otro lado incomoda.
-Ya… oiga, respecto a eso, no me gusta mucho hablar de lo ocurrido así que, por favor no lo haga.
-Por supuesto - se quedaron un momento callados. Alana iba a darse media vuelta para irse cuando Zero no pudo contenerlo más: -Eres ignomata, ¿no es cierto?
-Si – Alana pareció sorprendida - ¿Cómo lo sabe? ¿Se lo dijeron los profesores?
-No. Lo noto.
-¿Cómo puedes notarlo? – preguntó ahora más interesada.
-Si me hubieras estado atendiendo en clase – vio que sus mejillas enrojecieron levemente, dándolo un toque realmente mono – hubieras sabido que soy experto en magia elemental. Puedo sentir las personas que dominan elementos.
-Usted…
-Por favor no me llames “usted” lo odio, ya lo dije en clase – Le cortó Zero sonriendo
-Como quieras – dijo la chica encogiéndose de hombros.
-¿Sabes? Creo que tu y yo nos llevaremos bien – comentó Zero mientras se levantaba de la silla y se acercaba a Alana – Somos dos personas totalmente distintas.
-Creo haber oido que las personas distintas no se llevan bien – habló sin comprender Alana.
-Pues en mi caso es todo lo contrario. Lo interesante de una conversación es debatir la opinión de dos ideas totalmente distintas. Es fascinante, ¿No estas de acuerdo?
-Pues la verdad es que no lo estoy – dijo Alana sonriendo por fin – con todos los respetos, eres un chico muy raro.
Zero sonrió aun más mostrando sus dientes blancos.
-No soy raro – y levantando una ceja añadió – solo me gusta que me lleven la contraria.

FIN DEL CAPITULO